El conocimiento humano

En torno a la verdad

Cuando conocemos la realidad, nace en nosotros la verdad. Es propio del hombre abrirse a lo real, pero la conquista de la verdad exige tiempo y esfuerzo: nadie nace sabiendo. Si los resultados de ese empeño superan la tentación del escepticismo y del relativismo, el esfuerzo ha merecido la pena, pues enfrentarse a la realidad sin conocerla, o tomar lo que no es por lo que es, significa caminar a oscuras.

La realidad y su conocimiento

La verdad es una propiedad de las cosas y del entendimiento humano. Por el hecho de ser, la realidad es verdadera y, por eso, podemos decir que queremos conocer toda la verdad sobre algo. En esta primera acepción, la verdad es la realidad conocida, pero la verdad es también una propiedad de nuestro conocimiento cuando queremos conocer las cosas como son: es verdad que la tierra gira alrededor del sol, y es verdadero nuestro conocimiento, cuando conoce esa realidad.

Lo propio de la inteligencia es abrirse a lo real, pero la conquista de la verdad supone tiempo y esfuerzo. Nadie nace sabiendo. millones de hombres han muerto sin saber que la Tierra da  vueltas alrededor del Sol, o pensando incluso lo contrario. La verdad hay que conquistarla porque el conocimiento humano parte siempre de la ignorancia: en caso contrario, nadie necesitaría estudiar ni aprender.

Si la verdad nace en nuestro entendimiento cuando éste conoce la realidad, podemos definirla como adecuación entre el entendimiento y la realidad. Esto supone que la mente humana puede captar la coherencia interna del Universo, y que la verdad no es creación de la mente, ni evidencia subjetiva, ni autoconvencimiento. Sin embargo, necesariamente, hay algo de subjetivo en el grado de veracidad que concedemos a nuestros propios conocimientos: podemos dudar de su verdad, considerarla probable  o estar completamente seguros de ella. Los tres grados son: Duda-Opinión_ Certeza.

Por encima de la duda está la opinión: adhesión a una proposición sin excluir la posibilidad de que sea falsa. Por tanto, es un asentamiento débil. El hombre se ve obligado a opinar porque la limitación de su conocimiento le impide alcanzar siempre la certeza. La libertad humana introduce otro claro factor de incertidumbre: hablar sobre la configuración futura de la sociedad humana o de nuestra vida es entrar en el terreno de lo opinable, lo cual no significa que todas las opiniones valgan lo mismo. Séneca aconsejaba que las opiniones no debían ser contadas sino pesadas.

Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no se debe tomar lo cierto como opinable, ni viceversa: no se puede opinar que la Tierra es mayor que la Luna, ni asegurar con certeza que la república es la mejor forma de gobierno.

La certeza se fundamenta en la evidencia que es la presencia patente de la realidad. La evidencia es mediata cuando no se da en la conclusión, sino en los pasos que conducen a ella: no conozco a los padres de Antonio, pero la existencia de Antonio evidencia la de sus padres, la hace necesaria. La existencia de Antonio, al que veo todos los días, es para mí una certeza inmediata; la existencia actual o pasada de sus padres, a los que nunca he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia no directa sino mediata (me viene por medio de su hijo).

La condición limitada del hombre hace que la mayoría de sus conocimientos no se realicen de forma inmediata. Son pocos los hombres que han visto las moléculas, los fondos marinos, la estratosfera, o Madagascar. La mayoría tampoco han visto a Julio César o Carlomagno. Sin embargo, conocen con certeza la existencia de las estas y otras personas y realidades. Su certeza se apoya en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada por un conjunto unánime de testigos. En un caso, la comunidad científica; en otro las imágenes de todos los medios de comunicación; y si se trata de hechos o personajes del pasado, los testimonios elocuentes de la Historia y la Arqueología.

Estas evidencias mediatas no se apoyan en razonamientos propios, sino en segundas o terceras personas. si no admitiéramos su valor, si no creyéramos a nadie, nuestros padres no podrían educarnos, la ciencia no progresaría, no existiría la enseñanza, leer no tendría sentido… Es decir, si sólo concediésemos valor a lo conocido por uno mismo, la vida social, además de estar integrada por individuos ignorantes, sería imposible. Por tanto es necesario y razonable dar crédito, creer.

¿Puede tener certeza quien cree? Sabemos que la certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia ofrece el que cree? Sólo una: la de la credibilidad del testigo. El que no ha estado en América cree en los que sí han estado y atestiguan su existencia. El que nunca ha visto a Hitler cree a los que sí lo vieron. Y antes que Hitler, Napoleón, el Cid o Nerón. En todos esos casos debemos incluir los que dan origen a algunas creencias religiosas. Por eso, la FE, -creer en el testimonio de alguien- es una exigencia racional, y su exclusión es una reducción arbitraria de las posibilidades humanas.

Escepticismo

«Todo es según del cristal con que se mira» -dice el escéptico-. Pero si le roban, le insultan o le escupen, ¿admitiría que el agresor hace una cosa buena?. Se puede ser escéptico en teoría. Pero…¿y en la práctica?.

El escepticismo es la postura que niega la capacidad humana de alcanzar la verdad. La  palabra procede del griego sképtomai, que significa examinar, observar detenidamente, indagar. En sentido filosófico, el escepticismo es la actitud del que observa que lo que es verdad para unos no lo es para otros, y concluye que nada se puede afirmar con certeza, que todo es mera opinión, y que más vale refugiarse en la abstención de todo juicio. Los argumentos que han repetido todos los escépticos:

1. La diversidad de opiniones humanas y las contradicciones de los filósofos. Es un hecho que los hombres, sobre cualquier cuestión, defienden las opiniones más diversas y creen tener razón. Tampoco hay doctrina, por extraña que sea, que no haya sido defendida por algún filósofo.

2. La relatividad del conocimiento. Todo conocimiento de la realidad tiene la parcialidad de una cultura y de una época histórica, y el color subjetivo del punto de vista, de tópicos y prejuicios más o menos conscientes. Algo que es cierto para mí no lo es para ti.

El escepticismo pretende salvar al hombre de la agitación de las opiniones diversas y cambiantes, y otorgarle la serenidad interior del que no tiene nada que discutir. A pesar de que todos sus argumentos están aquejados de una fuerte paradoja interna, se sigue discutiendo seriamente en nuestros días bajo las mismas formas que adoptó en la antigüedad.

Los escépticos niegan a la inteligencia la capacidad de conocer con verdad, pero la misma realidad se venga de esta postura. Se puede ser un completo escéptico en la teoría, pero en la práctica no es posible, ya que cuenta con la verdad de que los demás entienden lo que él dice, de que es la hora de comer, y otras muchas verdades. Esto es así porque  la verdad no es un adorno intelectual, sino una necesidad vital: sólo se sobrevive en la verdad. En los países desarrollados, reconocemos este hecho sólo cuando buscamos un diagnóstico médico, pero es universal y constante. El salvaje no puede confundir las plantas, ni los animales, ni las señales, porque moriría. Sólo la civilización, que tiende a nuestro alrededor una tupida red de protección, nos permite jugar con la noción de verdad. Pero es una impostura, porque todo defensor del escepticismo tiene al lado alguien que domina las verdades reales (aunque sea el propio fontanero que ha ido a casa, a hacernos un arreglo

Para el escepticismo, todas las verdades son pequeñas, débiles, inseguras, provisionales, en medio de un mar de dudas y de ignorancia. Esta postura también se llama relativismo.

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Relativismo

El relativismo tiene cierto fundamento real. El mundo es una compleja red tejida con hechos, cosas y personas que se relacionan en el espacio y en el tiempo: todo es relativo a un antes, a un después, a un encima, a un debajo, al lado, cerca, lejos, dentro, fuera. Todo está relacionado, vinculado con algo. Pero relativo y relativismo no significan lo mismo , más bien son conceptos opuestos, porque lo relativo también es objetivo: esta señora es objetivamente una mujer, pero también es objetivamente madre con respecto a sus hijos, esposa con respecto a su marido, hija con respecto a sus padres, enfermera para sus pacientes; votante para los partidos políticos; y cada uno debe tratarla como lo que objetiva y relativamente es: el enfermo no puede tratarla como si fuera su mujer, y el marido no puede tratarla como enfermera, ni como hija.

Así pues, las relaciones reales no son subjetivas ni arbitrarias. El hombre libre puede escoger entre diferentes verdades que iluminan su conducta con diferente intensidad. Pero si escoge el relativismo suprime la validez objetiva de las verdades y abre la puerta del «todo vale», por la que siempre podrá entrar lo irracional. El relativismo, al sustituir las relaciones reales por las subjetivas, al concebir de forma subjetiva la verdad y el bien, hace imposible la ética.

Si la ética fuera subjetiva, el violador, el traficante de droga y el asesino podrían estar actuando éticamente; todas las acciones podrían ser buenas acciones; y también podrían ser buenas y malas a la vez. La propuesta «haz bien y no mires a quien» no tendría sentido: «haz bien» significaría: «haz lo que quieras».

Hay una experiencia cotidiana a favor de la objetividad ética: la falta de ética que se denuncia en los medios de comunicación y se condena en los tribunales no sería denunciable ni condenable si tuviera carácter subjetivo, pues subjetivamente es deseada y aprobada por el que la comete. Con otras palabras:  si los juicios éticos fueran solo opiniones subjetivas, todas las leyes podrían estar equivocadas. Y, en consecuencia, si la ética no se apoya en verdades, las leyes se convierten en mandatos arbitrarios del más fuerte, del que tiene poder para promulgarlas y hacerlas cumplir por las buenas o por las malas.

Otra experiencia cotidiana nos dice que hay acciones voluntarias que atentan objetivamente contra sus protagonistas: los hospitales, los tribunales de justicia y las cárceles son testigos de innumerables conductas lamentables, es decir, impropias del hombre. Al enfrentarse con esta evidencia, el relativismo ético queda descalificado por los hechos. Defenderlo a pesar de sus consecuencias es una postura irresponsable.

¿Hay absolutos morales?. Los versos de Campoamor «nada es verdad o mentira», retratan una sagacidad rudimentaria de quien solo sabe barrer para casa, y son una buena coartada para posturas insolidarias. Además, si nada es bueno ni malo, nada censurable ni elogiable, la ética pierde su razón de ser.

Conviene precisar que los absolutos morales no son dogmas ni imposiciones. Son criterios inteligentes, necesarios como el respirar. Los encontramos en ese fondo común, demasiado común, de todas las culturas, legislaciones y códigos penales: no robar, no matar, no mentir, no abusar del trabajador, no abusar del niño o de la mujer…

La lectura de la Apología de Sócrates y del Critón, dos de los diálogos más breves y sencillos de Platón, nos descubren el proceso legal que terminó con la condena a muerte del más famoso de los atenienses. Si se hubiera defendido de otro modo, Sócrates se habría salvado. Si hubiera escuchado a Critón, habría podido escapar de la cárcel, pero no quiso hacer ninguna cosa de las dos. La lectura de ambas obras, fundamentales en la cultura occidental, pone de manifiesto que uno de los  fundamentos de la conducta humana es el respeto exquisito a la verdad.

4 comentarios en “El conocimiento humano

  1. Cuando hay sectores de nuestra juventud fascinados por cierta violencia irracional, parece criminal educar en el relativismo, porque eso significa que la vida no tiene importancia. Uno puede elegir libremente, pero de acuerdo con un criterio razonable. El marco relativista facilita la elección ciega, y en ese contexto educativo, antes de empezar a vivir, ya han sido envenenadas muchas almas.
    ¿Crees que son acertadas estas palabras?.

  2. Si son acertadas las palabras dado que, aunque las personas no sean del todo conscientes, si que estamos condicionados en gran medida desde nuestra infancia, por el contexto social y los valores que profesan nuestros referentes más cercanos, ya sean amigos, familia, escuela, grupo de iguales o incluso instituciones culturales. Si se nos inculca que los medios justifican el fin y que lo bueno es subjetivo, las nuevas generaciones crecerán perdiendo de vista algo tan importante como la empatía y la solidaridad hacia los demás. Nos dejamos llevar por el entorno y los condicionamientos externos muchísimo más de los que somos conscientes.

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